domingo, 22 de junio de 2008

PARTE 3

Todo se detuvo para ella cuando la puerta se abrió por millonésima vez esa tarde. Entonces no sintió más que su propia sangre congelada, y el desesperado bombear de su pecho que amenazaba seriamente con explotar, presa de una desconcertante mezcla júbilo y cólera.

Cincuenta y nueve días habían pasado desde que se había interrumpido la sublime rutina del café expreso, el cenicero, el intercambio de ideas respecto al tema de turno, el incandescente juego de miradas y el camuflado roce de piel con piel cuando ella retiraba el platillo con el dinero de la cuenta.

Él se sentó en el lugar de costumbre, encendió un cigarro y esperó. Pasaron tres minutos, cuarenta y dos segundos y seis centésimas antes que ella lograra recuperar el movimiento y avanzar hacia la mesita del rincón, para pronunciar las palabras que esperaban salir de su boca hacía ya una eternidad.

-¿Va a ser lo de siempre?- dijo intentando mantenerse infranqueable.
- Hoy me serviría una sonrisa, pero si no quedan…que sea un submarino, bonita.

Su rostro la traicionó con un rubor fulminante que escondió dando media vuelta para ir en busca del tazón de leche caliente, mientras se reprochaba a cada paso que daba por haber caído, nuevamente, en un estado de absurda felicidad. Él la recorrió con la vista y se deleitó observando su espalda y el bailecito de sus caderas al caminar. Sólo entonces notó un fuerte hormigueo en el meñique de su mano izquierda; ese dedo que, no sabía por qué razón, había dejado sentir por completo hacía un par de meses.

Marcela Alarcón Ortúzar

PARTE 2

“Alguna vez, en su adolescencia, escuchó decir: -Si la primera estrella que ves en el cielo está titilando, es porque la persona que quieres está pensando en tí -. A esas alturas de su vida, ya no debía haber cabida para tal tipo de supersticiones infantiles. Era hora de aceptar la realidad de manera adulta, tal como se le estaba mostrando con el correr de los días.

Ya estaba anocheciendo cuando terminó su turno. Se puso el abrigo y tomó su bolso. Se despidió de todos y salió del café. Aunque trató de resistir a la tentación, dirigió su rostro al cielo esperando ingenua y crédula como era, aquella señal que la salvara de sus tortuosos pensamientos, al menos por esa noche. Pero no logró ver nada. Las nubes lo cubrían todo, y en vez de contemplar el presagio de su anhelada dicha, una gota de lluvia se azotó contra su ojo izquierdo.”

Marcela Alarcón Ortúzar

miércoles, 18 de junio de 2008

AHORA...

Antes me daban escalofríos, me sudaban las manos, me temblaban las rodillas, sentía un hueco en el estómago que parecía angustia mezclada con desbordes de ternura, se me quebraba la voz, se me hacía un nudo en la garganta, me recorría sudor frío por la espalda, se me erizaba la piel, se me enchuecaba la sonrisa, castañeaba los dientes, sentía mareos, despertaba con vértigo, apretaba la mandíbula, sentía que las piernas se me derretían, el cuerpo no me respondía, el cerebro no pensaba, las palabras no hilaban, la lengua se me trababa, los ojos se me empañaban, el corazón me latía a prisa y la respiración se me agitaba…Ahora…ahora ya no me pasa nada.

PARTE 1

“La mesera lo añora con la misma intensidad con que lo maldice. Hace varias semanas que él no se aparece por el café. A momentos la desespera esa manía obsesiva que ha adquirido de mirar a la puerta cada vez que ésta se abre, esperando encontrarse con aquella imagen coqueta y sarcástica. Si atravesara ese umbral, le diría tantas cosas…

Se sienta en la barra por un momento y cierra los ojos. Lo recuerda, se recuerda con él. Entonces la invade un halo de la calma y sonríe, porque en el fondo sabe que, a pesar de la ausencia y el mutismo infernal, su cliente favorito también la desea y la evoca, al menos un momento cada día… tal vez por las tardes.”


Marcela Alarcón Otrúzar....una de mis escritoras favoritas.