sábado, 22 de marzo de 2008

HACE FALTA SER UNO DE ELLOS...

Entre gitanos no se leen las cartas. Hace falta ser uno de ellos para reconocerlos, aunque pocas veces sabemos que estamos frente a frente. Somos como imanes del mismo polo, que nos repelemos pero a la vez nos encontramos casi iguales, hablando de los mismos temas, pero disgustándonos mutuamente con nuestros puntos de vista.
Soy una de ellos, que busca desesperadamente su aprobación. Quiero que me amen como ellos aman, como yo amo. Pero no lo logro porque en el fondo siempre sabemos a quién sí podremos impresionar. Me gustaría ser como ellos, salir sola a deambular por las calles hasta encontrar una cantina y sentarme junto a la barra a tomar tequila, mientras recorro con la vista ávida de placer tratando de encontrar un par de oídos que quieran escuchar mis pensamientos acerca de la vida y del deseo. Pero me falta libertad, me falta tener el valor de hablar de amor desde las tripas…todo lo demás lo tengo de sobra.
Me gustaría que me miraran como ellos miran, de arriba abajo superficialmente deseando cada centímetro de carne, diferenciando perfectamente la esencia de la forma. Admirando siempre el misterio que cargan consigo las mujeres. Sé del misterio porque soy una de ellas, y conozco perfectamente la curiosidad que provoca una sonrisa bien puesta debajo de los centellantes ojos café, sé de la ansiedad que provoca la piel suave y hasta hace poco no entendía el poder de la ternura, pero ahora la amaso junto al sutil desborde de sexualidad hasta hacer una capa de color y olor uniforme untada sobre la piel cada mañana. Me tengo lástima en el fondo…no, no es lástima, conmiseración más bien, sufro y me flagelo por no tener lo que quiero, pero siempre me alejo del camino correcto. No maduro, no despierto, no me comprometo, no me entrego, me facilito no más, y eso a veces, porque también tengo el don bien adquirido de llevar a las personas al extremo de sí mismas y hacer que salten al abismo del desconcierto para dejarme completamente sola. Fumo después de coger para no tener que decir que ya me quiero ir, esperando un ruego para que me quede, pienso que debo de arrepentirme, pero siempre lo pienso demasiado tarde. Me dejo llevar, pero no muy lejos, conozco mis confines mejor que nadie y sé que son privados, herméticos, sellados. Pienso en la muerte con frecuencia, tengo una relación cordial con ella, a veces la gente piensa que somos amigas, pero en realidad me desprecia, por viva, por depresiva, por pesimista…ni siquiera me quiere llevar con ella cuando me doy cuenta que ya me cansé de hacerme idiota en esta vida. Pienso en el amor cuando viajo en metro, en metrobús, cuando camino, cuando canto, pienso en el amor cuando veo las ventanas de los edificios. Me pregunto si adentro de cada departamento habrá alguna pareja peleando para tener que reconciliarse después, me pregunto cuánto tiempo tiene que pasar para que una persona se olvide de por qué se enamoró de otra. Me gusta tomar vino cuando converso con mis amigos, que en el fondo jamás entienden un pepino de este mísero engaño de espacio y tiempo. Y también a veces soy feliz, la muerte me deja reconciliarme con la vida y entonces creo en el amor eterno, en el deseo y en el placer, me duermo soñando con un hombre de ojos azules hecho en este mundo y para este mundo, cuyas manos me pertenecen solo a mí. Me revuelco en mis sueños de no ser nada ni nadie y así estar bien, en este momento, aquí y ahora sin pensar en nada más, sin dinero ni futuro construido fuera de sueños guajiros, si, desperdiciando el talento, derrochando el tiempo que a los demás les falta. La dicha nostálgica del olor de las primeras mañanas calurosas del año, el olor a olvido, el recuerdo de lo vivido. Un detalle que hace el día, como el pan caliente, como el desayuno servido en la cama, como un beso al despertar.
Un destello de lucidez, una hora despierta, una puta que se acuesta en la cama del poeta y le hace recordar que el amor es eso que no se tiene, lo que no se puede poseer, lo que no se toca, lo que cuando despiertas, ya no está. El amor, que nada tiene que ver con la belleza o la estética, el amor que es intensidad y fugacidad. Pero yo no soy ni el pintor ni la musa, no soy ni el poeta ni la puta, he decidido que no tengo que ser ninguno de los ellos para jugar en esta vida. Quiero que esa parte siga dormida y besar, abrazar como si el amor y la muerte no entrelazaran sus piernas en la cama, como si del amor sólo surgiera la vida, y nada tuviera que terminar, dejarme estar a tu lado para despertar y besarte...para no querer irme jamás.


María Van Böller

1 comentario:

Jesús Mtz dijo...

Esta muy padre tu blog.