lunes, 26 de noviembre de 2007

EL SUEÑO

Lo contemplo volviéndome invisible todo el tiempo, en silencio fingiendo hacer alguna otra cosa, mientras toda mi atención se centra en su cara o en sus manos o en sus gestos o en sus hábitos imprescindibles o sus manías incorregibles. Habla poco conmigo, así que puedo pasar horas interpretando sus movimientos, memorizando sus muecas y parpadeos. Me intriga su rara belleza masculina, tan lejos de todo y tan en control a la vez. Tan paternal e inocente. Así ha sido desde que lo conocí, misterioso, ensimismado y de pocas palabras, un hombre de veredictos que entiende mis problemas mucho mejor de lo que yo misma seré capaz de comprender jamás. Se cree mi salvador, y a veces me gusta hacerle pensar que lo es. No le teme a nada pero todo le complica.

Siempre gana las discusiones pero cuando no, me deja hablando sola y mira hacia otro lado dignamente, como si no valiera la pena seguir discutiendo con alguien que no comprende sus razones. Así, se queda en silencio y yo puedo verlo profundamente, leer sus pensamientos por debajo de su piel y admirar su belleza, esa inusual belleza que jamás había contemplado hasta esa noche de lluvia en la que me cruce groseramente en su camino. Lo recuerdo vestido con gabardina negra, completamente mojado a la mitad de la calle. Sus ojos azules tenían un brillo incomparable esa noche y su boca dibujaba una sonrisa discreta que no se podía disimular, había estado con alguien a quien amaba y la emoción lo obligaba a pasar por alto la lluvia, el frío y mi presencia. Nunca había visto tal perfección, la cara y el cuerpo de un hombre completamente enamorado, desprendido de la realidad. Quise ser esa mujer a la que acababa de tener, quise, al igual que ella, poder tocar su piel mojada con los labios.

No me hizo el mínimo caso, pero yo ya estaba decidida: quería quedarme con él para siempre y así iba a ser aunque tuviera que tolerar su desprecio por algún tiempo. Pasados varios meses me sorprendí siendo parte de su vida, estaba ya acostumbrado a mi presencia, mis necesidades, mis vicios y mis atenciones. Me juró que había olvidado a aquella mujer. Se perfectamente que no es verdad (yo no le exigí jurarlo, a mi me da igual un juramento que una confesión o un arrebato de mentiras), que si por él fuera seguiría esperándola en lugares secretos y oscuros, la seguiría adorando día y noche sin condiciones, sin pedir explicaciones. Eso lo sé, pero también sé que todos amamos como podemos, nos amen de regreso o no.

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