lunes, 12 de noviembre de 2007

TORTURA EN PEDACITOS

No lo quiso decir, pero sé que no durmió en varias noches. Y no porque no pudiera, sino porque no le dio la gana, así no más por capricho. Privarse de las cosas básicas de la vida era su forma de autocastigarse: no comía, no dormía, no hablaba con nadie…creo que en alguna etapa de su vida decidió no bañarse y andaba por ahí alejando gente con su olor a rancio. Pero en fin, cada quien tiene derecho de hacer lo que le parezca lógico para expiar sus culpas.

El caso es que dejo de dormir, y todo comenzó a verse extrañamente misterioso y grave desde su punto de vista. Por los días era como si no estuviera presente, como si escuchara las voces desde un más allá que no está tan allá. Y en las noches era peor, como no tenia en qué pensar ni demasiada energía para hacerlo, los detalles más pequeños y absurdos le parecían el fin del mundo. Por ejemplo, una noche se le durmió la mano derecha (había partes de su cuerpo que ya estaba demasiado cansadas, me imagino) y entonces pensó que tal vez era una gangrena y que cuando saliera el sol, él tendría la mano completamente morada y podrida y entonces se la tendría que separar del cuerpo él mismo. Porque pensó que si acudía al médico, le daría una receta para dormir y él estaba completamente determinado a no volver a pegar los ojos mientras no fuera para parpadear. Pero para ese entonces, sus ojos distaban mucho de estar bien abiertos, al contrario, parecían más bien mal cerrados.

Creo que siguió así toda la semana. Pensando en cosas devastadoramente fatales durante la noche, inventándose las peores de las enfermedades, viéndose a si mismo cortándose su propia mano con un cuchillo de cocina o cayendo en coma en la regadera mientras toda su casa se inundaba y él al final moría ahogado. Tenía pensado dejar de dormir el resto de su vida. Se tenía en muy alta estima, porque siempre quería autocastigarse para siempre, pero rara vez pasaba de la semana. Pero en esta ocasión particular se mantuvo en vigilia durante casi un mes. Aunque en momentos se quedaba dormido sin darse cuenta, entonces dormía profundo durante 10 o 15 segundos y soñaba que llegaba a una casa gigante, donde yo era la reina y él el rey. ¡Qué sueño más cursi! Pero le gustaba ser el rey, por mandón. Soñaba que tenía una docena de consejeros con los que hablaba del destino del reino. Decía él con voz solemne que era hora de ir a la guerra. Y entonces despertaba sobresaltado, como si la palabra guerra fuera demasiado fuerte como para soñar con ella. Se despejaba, ponía por un segundo las manos sobre sus ojos y se levantaba a prepararse más café. Por esos días tomaba cinco tazas de café al día. Ni una más porque había leído en un libro que si tomas más de seis te mueres, y él quería seguir prolongando su tiempo de tortura, evidentemente.

Mientras tomaba café negro muy caliente hablamos por teléfono. A ratos durante la conversación se quedaba dormido, aunque él decía que era silencio, que sólo estaba pensando qué decir. Cuando terminamos de hablar se sentía más tranquilo, no se había terminado la taza de café cuando se sentó en el sillón y cerró los ojos durante dieciséis horas seguidas.


escrito por: Maria Van Böller

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