Siempre he tenido la un-tanto-descabellada idea de que conoceré al amor de mi vida en la librería Gandhi de Miguel Angel de Quevedo, entre libros de arte y literatura latinoamericana contemporanea. No me queda muy claro cómo se puede conocer a alguien en un lugar tan intelectual, pero me imagino que me suena interesante la idea de estar absorta en el mundo de las letras cuando de pronto se acerque alguien y suba la mirada para descubrir al hombre que he estado buscando toda la vida, ahí detenido frente a mí como personaje de novela, entre Cortázar y Bolaño, entre obras de Da Vinci y Andy Warhol.
De entrada es ventaja porque sabré que es culto o medianamente culto...o algo culto por lo menos, porque nadie que no le guste leer entra a una librería. El caso es que se acercará a mí para platicar, pero yo no soy sociable y si un desconocido se pusiera a conversar conmigo así no más, sé perfectamente que no sería yo muy amable. Entoces tendría que ser el típico cliché de que chocamos por distraidos y se nos caen todos los libros que traemos en las manos. Al agacharse él a recogerlos (porque obviamente es todo un caballero), se da cuenta de que estamos a punto de comprar el mismo libro. Me dio hasta risa lo ridículo, pero en fin.
Ya después no se qué pasaría, sería ya demasiado cliché que me anotara su telefono en la primera hoja del libro (aparte que ya todos los libros vienen plastificados para hacer más difícil mi fantasía) e hiciera un intercambio de libros para que yo viera su número y lo llamara. ¡Obvio no lo llamaría! ¿Qué clase de psicópata anda anotando su número telefónico en libros esperando a que le llamen? Además que eso es de niñas. Yo soy la que debería de anotar mi teléfono en su libro y esperar como Cenicienta al principe azul (¿Qué clase de loca sería yo anotando mi número en libros de desconocidos deseando que me hablen para invitarme a salir?). Esta cuestión del teléfono vino a arruinar mis sueños sobre mi furuto romántico, sería mucho mas factible pensar que me mandan cartas como Cyrano de Bergerac a su amada Roxanne ("believe when I say that my heart cries out to you and if kisses could be sent by writing, you would read this letter with your lips"...y ella se desmaya).
Sería todo más fácil si no lo estuviera pensando, que fuera sorpresivo... inesperado. Algo así como reconocer al amor de tu vida entre una multitud y pilas de libros apartentemente desorganizadas y comenzar a hablar como si ya se conocieran desde hace tiempo, como si toda la vida hubieran estado esperando este momento en el que los dos por fin se encuentran, después de la búsqueda eterna e incansable. Las horas pasan y pasan, las personas y las páginas llenas de letras han desaparecido completamente, sabes que nunca la habías pasado tan bien conversando con alguien. Es entonces tiempo de despedirse, pero ninguno de los dos quiere irse porque no saben si se volverán a ver, hasta que alguno de los dos (no se cual) decide mostrar su última sonrisa mientras se aleja. Queda un sentimiento extraño en los dos, una felicidad nunca antes experimentada, como si toda tu vida, lo bueno y lo malo cobrara de pronto sentido al llegar este día, esta hora, esta conversacion con esta persona. Te queda también un dejo de tristeza, esa incertidumbre de no saber si el destino los volverá a unir.
Semanas mas tarde caminando por la calle, se encuentran de nuevo...
Al final nada tienen que ver los libros, creo. Que sea en una librería o donde sea, entonces.
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1 comentario:
¿o que tal la fantasia de que durante un vuelo de avión se siente alguien super interesante junto a ti y el resto sea historia...?
yo creo que la vida de eso se trata de tener fantasías y tratar de hacerlas realidad... ya sabes que soy refan de lo que escribes :)
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